Mata Mua es el
título de un pequeño cuadro, de menos de un metro en su lado mayor, que solía colgar
de una pared de tonalidad veneciana en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza,
ala dedicada a la colección de su viuda, junto a otros cuadros de su estilo y
época. Esa es una de las virtudes de los museos: uno acude a ellos para
encontrar lo que sabe le espera allí. Desde hace días, ni esa ni otras tres estimables
pinturas que se exhibían (Degas, Monet, Hopper) pueden verse, aunque en la
página web de la colección siguen encontrándose. La realidad y lo virtual no concuerdan.
Mata Mua fue
pintado por Paul Gauguin en 1892 durante su primer viaje a Tahití, archipiélago
de las Islas de la Sociedad, Polinesia francesa, las edénicas cumbres unidas de
un par de volcanes en medio de la inmensa hostilidad del Pacífico sur. Esa isla
fue escala del Bounty antes de que su
tripulación se amotinara. El pintor viajó a ese, el otro lado de mundo, en
busca de un país exótico y primitivo que proporcionara temas a su obra y lo redimiese
del acomodaticio arte europeo. No lo encontró. Pero es difícil renunciar a lo
que se busca aunque no exista, por ese motivo pintaría allí algunos de sus más admirados
cuadros, con representaciones que su imaginación dispuso. Uno de ellos es Mata Mua, en que varias mujeres adoran a
la deidad lunar maorí, Hina, evocación de una sociedad “genuina” que vive sobre
todo en sus lienzos. Estos cuadros contribuyeron a forjar una imagen de artista
extravagante que ya entonces le procuró cierta clientela de la que nunca estuvo
sobrado. Maorí quiere decir “normal”. Seguir leyendo: https://www.lanuevacronica.com/mata-mua
(Publicado en La Nueva Crónica de León, en una sección titulada "Las razones del polizón", el 21/06/2020)
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