Hace seis años, un elefante muerto y alguna otra pifia se
llevaron por delante la proverbial campechanía del monarca aconsejando un retiro
merecedor de recompensa, convirtiéndolo en emérito. Otro privilegio.
En estos últimos años nos han permitido entrever al fin, aunque
dosificada, la no tan ejemplar biografía del rey de la Transición. La
institución monárquica fue una de aquellas cosas no tan democráticas que incluía
el lote de la Constitución del 78. El yogur de coco. Personificaba la
continuidad con el régimen dictatorial y, sin embargo, se celebraba como catalizador
del cambio. Poco después, el golpe del 23F conferiría reputación a la “más alta
magistratura”, como dicen algunos, pues debíamos agradecer comportamientos que,
sin embargo, se ajustaban precisamente al cometido del cargo. Había hecho lo
que debía, según esa Constitución que lo incluía. Desde entonces, sus
apologetas afirmaban que se había convertido en embajador de nuestros intereses
en el extranjero. Ahora recelamos por qué. Presuntamente. Seguir leyendo: https://www.lanuevacronica.com/el-elefante-muerto
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