Desde que fui consciente tuve lástima por ellos, por el
tiempo que les tocó y lo que hizo con sus vidas. Que su generación fue
aplastada por la guerra y la postguerra inmediata tan solo es una frase que de
tan utilizada se ha quedado hueca, saqueada por novelas, películas y tópicos
tan del gusto de quienes rebuscan en sufrimientos ajenos para dramatizar un
presente por fortuna mucho más anodino. Suelen protagonizar esos relatos personajes
con nombres distinguidos o historias memorables, pero pocas veces se detienen a
contemplar las vidas monótonas de quienes pasaron tantas privaciones porque el
precio de nuestro futuro fue su renuncia al propio desde muy jóvenes. La
emoción discreta que palpita en esas biografías anónimas alienta las nuestras
como un rescoldo suave y hogareño en una fría noche. A ellas (especialmente a “ellas”) debemos el mayor salto
generacional de la historia de este país. Lo mejor que somos y tenemos se lo
debemos. Lo vergonzoso que podamos haber hecho y hagamos con ese legado de
sacrificio es responsabilidad solo nuestra. De tan sabido, se nos olvida.
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(Publicado en La Nueva Crónica de León, en una sección titulada "Las razones del polizón", el 12/01/2020)
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