En 1791, Constantin-François Chasseboeuf de La
Giraudais, conocido por su pseudónimo “Volney” (contracción de los
nombres de Voltaire y la villa natal de éste, Ferney), publicó Las ruinas de Palmira o Meditación
sobre las revoluciones de los imperios. Era un alegato en defensa del nuevo
espíritu principiado por la toma de La Bastilla, proceso político en el que
Volney fue activo participante ya desde el Jeu de Paume. En ese opúsculo
filosófico defiende un ateísmo tolerante y la necesidad de que el pueblo tome
el poder como resultado de una lógica histórica que se encamina hacia la
superación de los despotismos y las supersticiones. Una visión optimista sobre
el futuro de la humanidad, característica de los ilustrados revolucionarios, para
la cual se requiere una perspectiva histórica que Volney acrisoló en sus viajes
por Oriente próximo y que, simbólicamente, representó encaramándose a lo alto
de los edificios abandonados de la antigua ciudad siria de Palmira en una arquetípica
actitud que preludia la napoleónica en Egipto y el Romanticismo. Las ruinas de
la ciudad romana que fuera estación principal de la ruta de las caravanas,
capital de un fugaz imperio y, hoy día, monumental patrimonio mundial desde
hace más de treinta años, se convertían así en símbolo de un giro histórico
copernicano. Son las mismas ruinas por donde campean los bárbaros del Daesh
desde hace meses.
Las mismas
ruinas donde días atrás decapitaban a un arqueólogo octogenario que había
dedicado más de medio siglo de su vida a indagar acerca del significado fidedigno
de uno de los paisajes humanos más evocadores y hermosos del mundo. Las casualidades nunca existen: se trata de
una salvajada más, pero también de un desafío más. El doctor Khalid al-Asaad fue asesinado brutalmente y
exhibido su cadáver mutilado con la espantosa saña digna de un intento de
revancha de magnitud histórica. Dos siglos después, Palmira no puede
convertirse en el símbolo de un fracaso de tales proporciones.
(Publicado en La Nueva Crónica de León, el 22/8/2015)
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