Deben de
llamarse así, “crucifijos” porque se fijan a los sitios con terquedad digna de
mejor causa, les corresponda o no hacerlo, estén o no en su lugar. El pasado
sábado fue comentado el baile de quita y pon del crucifijo con que los concejales
juraban o prometían su cargo, dependiendo de sus opciones personales y su
antojo al caso. El ujier yendo y viniendo con la estatuilla de acá para allá.
Un mareo, vaya. Y para justificar ese trasiego, se aludía a las creencias de
cada cual. Que si este es católico y practicante, que si el otro solo a medias…
Pero, ¿es esto necesario? y, sobre todo ¿está justificado? Creo que no. No
resulta legítimo ni aceptable que en un país con nuestra configuración normativa
se siga esgrimiendo un crucifijo en un acto público. Ni que ello conlleve,
además, la revelación de unas creencias que pertenecen al ámbito íntimo, que
nada importan a los demás. Es una asignatura recalcitrante. La de dejar de airear
símbolos que representan partes de la sociedad en ámbitos que han de
representar a todos. O ventear intimidades que no vienen a cuento.
Alguna gente se
queja de las esteladas: se trata del
mismo caso. También de que se abuchee al himno español, pues es el símbolo de
todos, argumentan. Hasta se llega a abroncar públicamente a un futbolista por
expresar su discrepancia al respecto. ¿Se consentiría el abucheo a un símbolo
que no representa a todos y no está aprobado para estar ahí, donde no pinta
nada?
Se duele algún
obispo con nostalgia digna de época abolida sobre el hecho de que algunos
representantes municipales recién nombrados en Galicia no acudieran a un acto
religioso de honda raigambre nacional-católica. Menos mal. Aquí no. Aquí fue la
lluvia la que impidió que el primer acto de los ediles leoneses fuera aparecer a
guisa de monaguillos. Claro, que teniendo en cuenta el hálito que enardece la
nueva corporación, nada contradictorio parece que algún dios esté de su parte. In God we trust, que dice el billete de
dólar.
(Publicado el 20/6/201en La Nueva Crónica de Léon)
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