No es difícil pedir perdón por cosas que sucedieron hace medio milenio. Resulta sencillo disculparse por lo que uno no hizo, por lo que hicieron otros, aunque fueran antepasados, y no deja de tener una pizca de ironía y un mucho de condescendencia. Es algo así como “fijaos qué bueno soy: yo no lo haría y, además, me disculpo porque lo hicieran otros”. Excusarse por terceros pretende indultar la falta de los ofensores y dispensar las exigencias de los ofendidos, se sitúa en un plano de superioridad moral respecto a ambos, los absuelve.
No me siento responsable de nada que hiciera mi tatarabuelo;
ni siquiera mi padre. Si me estuviera beneficiando ilegítimamente de ello,
solicitar un mero perdón solo supondría una falsedad más para perpetuar el
abuso. Por ese motivo, cuando un país, o una iglesia como la católica, solicitan
perdón por algo que cometió un país que ni siquiera existe ya, una iglesia o una
cultura ya irreconocibles las más de las veces, no deja de convertirse en un
acto simbólico destinado a los que gustan de tales ceremonias, pero un acto
hipócrita, como casi todas las ceremonias. Un acto que coloca al penitente en la
preeminencia del arrepentido de forma vicaria. https://www.lanuevacronica.com/el-perdon-y-la-culpa
(Publicado en La Nueva Crónica de León, en una sección titulada "Las razones del polizón", el 17/10/2021)
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