De tanto ser la solución, ha acabado por convertirse en el
problema. El turismo. Un problema grave, a juzgar por el lugar que ocupa (el
primero) entre las inquietudes de los habitantes de una ciudad durante mucho
tiempo paradigma de lo urbano, Barcelona.Rendidas a las hordas de visitantes
ocasionales, muchas de las calles del barrio viejo y ensanche barcelonés se han
convertido en elinvivible y abarrotado escenario de una decepción tras otra, en
la condenación del vecindario y la antesala de una nueva forma de xenofobia. El
turismo cultural, nacido como una actividad diletante reservada a las clases
pudientes, ha acabado por convertirse en una obligación universal que justifica
nuestro tiempo de ocio con huidas a ninguna parte que son siempre huidas al
mismo lugar. Y en ese lugar nos encontramos con todo el mundo.
A los problemas de sostenimiento, explotación y hartazgo
derivados de esa masificación, hay que añadir la perversa deriva hacia el
consumo de recursos públicos en esperpentos, simplezas y pirotecnia destinados
a avivar esa “atracción”, de la que se benefician siempre los mismos y salen
perjudicados los mismos de siempre. Junto a ello, a la desatención de proyectos
serios que no cuentan con favor del público porque no cuentan con el favor de todo el público. Con dos cabezas y un
solo dios verdadero, casi todas las consejerías y organismos del ramo someten
sus políticas culturales al altar turístico, habitualmente quemando incienso y
pergaminos.
Además, a partir delembuste ramplón de que nos sacará de
pobres, el turismo (cierta forma de turismo) nos empobrece. Empobrece nuestra
historia con patrañas pueriles que son a la historia lo que el fast food a la gastronomía. Empobrece la
personalidad y la forma de las ciudades reduciéndolas a prototipos uniformados
de tediosase intercambiables zonas céntricas (“cascos viejos” tan nuevos). Empobrece,
al fin, nuestro presente, negando al pasado otra capacidad que no sea la de
sacrificarse en el altar de unaexplotación cortoplacista, y nuestro futuro,
jibarizado en una caricatura con fecha de caducidad. En todo este despropósito
alguien se enriquece, por supuesto, mientras reclama recursos de todos para lo
suyo; y muchos otros se empobrecen, sensu
stricto, mientras abusan de lo suyo, sea público o privado.Los ciudadanos
dejamos de poseer nuestra ciudad y pasamos a ser figurantes, tan a menudo
disfrazados de época, además; mientras los turistas la toman fugaz, feroz y desdeñosamente,
como una plaza conquistada por la vieja estirpe de los pueblos nómadas y
guerreros, cuya versión degradada y actual encarnan, aunque ahora cabalguen
sobre el cursi trenecito a ruedas que no falta en ninguna parte.
El
turismo, ese gran invento. El turismo, presagio de una extinción, se devora a sí
mismo. Lo decía la Carrà: “Por si acaso se acaba el mundo todo
el tiempo he de aprovechar… hay que venir al sur”.
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