Los grupos humanos que se reconocen como tal buscan afanosamente una representación común que les proporcione certezas, seguridad, un relato colectivo y satisfactorio; algo semejante al calor del hogar a una escala mayor, la de una comunidad. Para ello suelen recurrir al pasado, pues en él encuentran explicaciones (y deformaciones) que ofrecen (y justifican) fórmulas para habitar el presente y confortarse. Por eso los museos. Y también por eso los museos son –a diferencia de otros- un monumento en construcción, porque esa explicación cambia y se enriquece, se desmantela, se deforma, se amplía o jibariza en función de lo que el grupo hace con ellos o espera de su interior y guarda allí.
En nuestros días, cuando ambas nociones, comunidad y museo, se han fundido o licuefactado (en sociedad y pensamiento tan líquidos) cabe preguntarse si tienen sentido los museos de territorio o, con otra forma de llamarlos, los museos de comunidad. ¿Son esos museos reflejo fidedigno de territorios y comunidades? ¿Pueden serlo? ¿Satisfacen sus esperanzas o anhelos? ¿Compensan por el desalojo o traslado de sus bienes, convertidos en bienes museísticos o, peor aún, “musealizables”? ¿Existe alguna vía de comunicación entre comunidad y museo que engrane a ambos? ¿Existen aún, en 2024, comunidades entendidas como tal? ¿Tiene futuro el Museo en ese entorno de incertidumbre sobre su sujeto y sus objetos y objetivos? Seguir leyendo: https://www.lanuevacronica.com/opinion/comunidades-museos_164299_102.html?fbclid=IwY2xjawGCz6BleHRuA2FlbQIxMAABHTelWVwpeUvoPwIGN0h8URlq4x1K_4aDEiBFwTvJD1jw_TyXDtQLTArgbA_aem_heoVLTLgvTFlM9UuHX1yaw
(Publicado en La Nueva Crónica de León, en una sección titulada "Las razones del polizón", el 20/10/24)
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