Es feo León. Bien mirado, feo de cuerpo y de alguna alma. Cuenta, eso sí, con algunos edificios hermosos; ¿quién le negaría esa condición a una catedral gótica o una basílica románica, quién sería capaz de no emocionarse ante unos milenios, unas ojivas, un equipazo del santoral haciendo de las suyas? En definitiva: “¿A quién no le va a gustar un imperio romano?”
La cuestión es lo que no hicieron los romanos, y entiéndase
aquí “romano” como cuando se refiere a un puente viejo. Nos trajeron mucho los
romanos, como bien sabían en el Frente
popular de Judea, pero el buen gusto no se hereda ni es patrimonio del
común. Como muchos otros especímenes, los leoneses sufrimos una especie de
“síndrome de Santo Domingo”. Miramos la ciudad desde el ombligo y por ese
motivo no se hace raro que los munícipes se ensañen a ver quién hace más
boquetes en Ordoño II o en la calle Ancha. Desde esa plaza circular con su
fuente de chorritos la ciudad adquiere el porte de una pequeña villa europea,
con catedral, basílica, murallas y calles peatonales. No se engañen. Por la
misma razón que no solemos visitar nuestros propios monumentos y museos a no
ser con algún forastero, ese desconocimiento nos preserva de comprobar las enormes
similitudes respecto a otros tantos lugares y la vergüenza que rodea el
copetudo epicentro que impide ver el bosque. La ignorancia nos protege y hace
brillar el caserío central de la ciudad como una manzana sobada. Seguir leyendo: https://www.lanuevacronica.com/leon-y-el-imperio-romano
(Publicado en La Nueva Crónica de León, en una sección titulada "Las razones del polizón", el 19/06/2022)
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