Según
un orden que no respetaremos siempre, en su tercer trabajo Hércules capturó a
la cierva de Cerinea. Esa fabulosa criatura había escapado a Diana, la diosa
virginal de los montes, y, más veloz que las flechas del héroe a quien llevó un
año apresarla, en su huida alcanzó el lejano país de los hiperbóreos. El mundo
era entonces muy grande. Tanto que en un primer vistazo podría suponerse lo
contrario, pues cada nación establecía límites vecinos, imprecisos y sombríos
más allá de los cuales imperaban la leyenda y el monstruo, más allá de los
cuales sólo los héroes se aventuraban con éxito. El país de los hiperbóreos, el
reino de Boreas, viento del norte; el jardín de las Hespérides, no lejos de las
columnas que nuestro Hércules levantase, etc. Los confines de un territorio que
quizás se juzgue pequeño mirado desde un mapa actual: apenas las riberas de un
Mediterráneo espantoso en su negra hondura, apenas una franja de terreno desde la
que divisar o intuir el mar. Pero no. Es en nuestros días cuando el mundo empequeñece
con celeridad, que toda su extensión se considera conocida, ahora que lo hemos
visto desde el espacio, desnudo, limitado, frágil. Ahora que nuevas fronteras
tan terribles como aquellas se descubren en la tiniebla del espacio. Seguir leyendo: https://www.lanuevacronica.com/capturar-lo-ligero-no-por-ser-mas-veloz
(Publicado el 21/07/2019 en La Nueva Crónica de León, en una serie veraniega llamada "Los descansos de Hércules")
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