Abreviando, podría decirse que existen tres formas predominantes
de gobierno: monarquía, tiranía y democracia. La primera acostumbra a atribuir
a sus dirigentes el apoyo de algún dios, a quien se otorga la responsabilidad
de ese designio, y al que no suele pedirse cuentas, pese a los frecuentes
desengaños. Al fin y al cabo es un dios. Un sistema tan poco recíproco impera
pese a todo aún en muchos lugares donde la anacronía o no se percibe o se
ignora merced al principal atractivo de este sistema: el espectáculo. Las
monarquías lo ofrecen siempre, profesionalmente. El rey (o la reina) se
convierten, más que en un enviado divino, en actores de una función perpetua, ilusoria,
rutilante. Por eso, aun cuando dejan de gobernar pero siguen reinando, sus valores
como entretenimiento no caducan, al contrario (la realeza británica, por
ejemplo, un caso global; la de aquí, local). Seguir leyendo: https://www.lanuevacronica.com/el-espectaculo-debe-continuar
(Publicado el 13/01/2019 en La Nueva Crónica de León, en una serie llamada "Las razones del polizón")
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