Los ismos suelen ser antipáticos, pero algunos resultan imprescindibles. El feminismo, por ejemplo, resulta tan inexcusable que merecería otro sufijo, uno que no lo pusiese al nivel de doctrinas o escuelas. Porque lo contrario de feminista no es machista o cualquier otra actitud indigna e indignante; lo contrario es peor que racista, es partidario de una forma de racismo que discrimina a más de la mitad de la población. Tal como está la cosa ahí fuera, también está empezando a ser difícil hallar un antónimo para ecologista. ¿Vándalo? ¿Estúpido?
Así, el lobo. Abstengámonos por esta vez de sentimentalismos
y argumentos éticos del tipo el lobo estaba antes, no debemos matar un animal
salvaje y demás, aunque sean muy dignos. Vayamos al otro meollo. Si ganaderos u
otros empresarios resultan perjudicados por las acciones del lobo, como por
otro bien natural protegido, la administración, que dispone de recursos
destinados a paliar perjuicios causados por decisiones legales de interés
general, deberá intervenir con diligencia y equidad. Sonroja que políticos cuyo
mandato es precisamente ese se dediquen a tomarla con los ecologistas (que si “comer
carne de lobo”, que si “infamias”), tal que Suárez-Quiñones y, ahora, el
vicepresidente de la Diputación, hablando quizás en nombre de intereses de parte
de su electorado. Sorprende también que ecologistas y agricultores no estén más
de acuerdo a menudo, pues les guían los mismos intereses y, con demasiada
frecuencia, el fracaso de las tesis de aquellos resulta en quebrantos a largo
plazo de estos. Plazo cada vez menos largo. Seguir leyendo: https://www.lanuevacronica.com/el-cuento-de-caperucita
(Publicado en La Nueva Crónica de León, en una sección titulada "Las razones del polizón", el 26/09/2021)