Entre el
reconocimiento póstumo y la propaganda (que veremos la semana próxima) existe
un caso peculiar que estos días ocupa portadas: las memorias o autobiografías.
Son un género de postrimería, pues esa intención tienen, un autoelogio fúnebre ante
quem. Las más de las veces, bajo el lema “excusa no pedida…”, o “dum
excusare credes, accusas” (el latín es barato), se dedican a la indulgencia
de uno mismo y el ajuste de cuentas con los demás. Para ser irrefutables, las
memorias deberían declararse noveladas; todas lo son, pero las hay con
pretensiones de exactitud. Testigos y pruebas restan credibilidad al ejercicio
si no es de una ecuanimidad sobrehumana.
Aunque la
memorialística y aún la propia memoria conservan buena (y cansina) prensa, de
por sí los seres humanos nos construimos a base de olvidar. Y de desfigurar,
edificar un pasado a la altura de nuestras expectativas, una historia que
merezca la pena contar y nos deje en buen lugar al mismo tiempo. ¿A quién le
gustaría pormenorizar lo miserable, cobarde o vulgar que se ha sido y, por
tanto, aún se es? Pero de ahí al libro de memorias hay un paso: la imprenta,
con su ínfula de subsistencia desmentida al poco en pulpa de papel reciclado para
cartón de embalaje y servilletas. Y antes, la escritura, que, en casos de
notoria incapacidad, se encarga a un “negro” -en inglés “fantasma”- cuyo
cometido es contar menos malamente lo que malamente contaría el memorioso. Esta
literatura anarrósica no desacredita al autor ni al atribuido, lo cual no
sorprende menos que su contenido. Seguir leyendo: https://www.lanuevacronica.com/opinion/postrimerias-2-memorias_185669_102.html?fbclid=IwY2xjawN-b1RleHRuA2FlbQIxMABicmlkETBCSlVhSEhuUWNWNzcwUFhTc3J0YwZhcHBfaWQQMjIyMDM5MTc4ODIwMDg5MgABHnipjQwz4wEhu239Im4yd3LscY-CjtfuOrE7t13N3uiISTc5OVbc5-UgnM7U_aem_vjFQ-y-9AlAGSbSsmlyZiw
(Publicado en La Nueva Crónica de León, en una sección titulada "Las razones del polizón", el 09/11/25)





